miércoles, 4 de noviembre de 2015
El Relojero II
Mireya caminaba por la calle Chacabuco como cada noche después de clase de teatro. Estaba inusualmente sensible, más que de costumbre, quizá influenciada por el corte de luz en el alumbrado público, o tal vez por los rumores del asesino absuelto. Un hombre sin escrúpulos que firmaba sus actos dejando partes de un reloj en las fosas nasales de su víctima. El gélido viento levantaba la hojarasca otoñal, despeinando su cabellera, trayendo el sonido de unos pasos que se acercaban vertiginosamente. Seguidamente escuchó un susurro escalofriante al oído “tic-tac”, después muerte y silencio.
El inspector miró de soslayo al cadáver desnudo de la joven tumbado en la camilla de la morgue mientras se dirigía a la ventana con una vil sonrisa dibujada en su rostro. Contempló por ella la diáfana luz de un rayo e inmediatamente oscuridad y lluvia golpeado los cristales.
En un ademan, el detective rebusca en el bolsillo de su chaquetón. Bruscamente extrae un paquete de cigarrillo llevándose uno a la boca. La tenue luz de la brasa deja ver algo precipitarse al suelo. Dos manecillas golpean la baldosa, emitiendo un tic-tac. Inmediatamente las recoge con apremio, su próxima víctima lo espera no muy lejos.
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